En la primaria Héroes Mundiales, el evento más esperado de todo el año era el torneo escolar de fútbol. Todos los alumnos esperaban ansiosos la competencia, pues no solo se trataba de conseguir el trofeo, sino que los mejores jugadores del torneo formarían el equipo que competiría contra otras escuelas de la ciudad. Ese año, Canchito y su amigo Rudy estaban decididos a participar.

A sus ocho años, Canchito era un apasionado del deporte; le encantaba patinar y nadar, pero sobre todo, adoraba el fútbol. Soñaba con ser portero y defender su arco con valentía. En cambio, Rudy era algo más tranquilo y prefería otros pasatiempos, aunque también le gustaba acompañar a Canchito en sus aventuras futbolísticas.

—Este año jugaremos juntos, Rudy. Seré el mejor portero y tú te consolidarás como el mejor defensa —dijo Canchito con ojos brillantes, ajustándose la gorra como si ya estuviera en la cancha. Rudy sonrió, no tan convencido, pero estaba dispuesto a intentarlo.

—No sé si el mejor, pero seguro que me divertiré contigo —respondió Rudy, dándole una palmada en el hombro.

Cuando llegó el momento de formar los equipos, Canchito y Rudy descubrieron que todos los lugares estaban ya ocupados. Rudy, al ver esto, decidió no insistir, aunque Canchito no estaba dispuesto a renunciar a su sueño de participar.

Día tras día, Canchito iba de equipo en equipo preguntando si necesitaban un portero, pero las respuestas eran siempre las mismas: “No gracias, ya estamos completos”. Poco a poco, Canchito comenzó a sentir una mezcla de frustración y tristeza.

Aunque en su colonia jugaba siempre con sus vecinos, en la escuela casi nunca se unía a los juegos. Al principio, pensó que los otros niños lo habían rechazado, pero después de meditarlo un rato, se dio cuenta de que nadie realmente sabía cuánto le gustaba el fútbol. Se prometió que el próximo año lo intentarían de nuevo, pero esta vez sería distinto: jugaría más con sus compañeros de la escuela para que supieran lo mucho que le importaba el fútbol.

Un día su maestro, el señor Álvaro, notó la tristeza en su mirada y decidió acercarse.

—¿Qué pasa, campeón? —preguntó con una sonrisa amable.

Canchito suspiró y le contó su historia, hablando de su deseo de ser portero y cómo no había encontrado equipo para la competencia escolar.

—No te preocupes, Canchito. En la vida y en el fútbol siempre hay nuevas oportunidades. Aprovecha este tiempo para entrenar y ser cada vez mejor. ¿Te gusta ser portero, verdad?

—¡Sí, maestro! ¡Es mi posición favorita! —respondió Canchito, sintiendo un nuevo brillo de esperanza.

—Entonces, comienza a prepararte desde ahora. El próximo año cuando llegue el próximo torneo, estarás listo para demostrar que eres el mejor portero de la escuela —le animó el maestro.

Decidido, Canchito tomó muy en serio el consejo del maestro Álvaro. Practicaba reflejos, velocidad y observaba con atención los movimientos de porteros profesionales. Cada semana asistía a los partidos junto con Rudy para apoyar a sus compañeros y aprender de sus jugadas.

Después de varias semanas, el torneo había avanzado y solo quedaban dos equipos: Los Rayacuadernos Rojos y Los Pegachicles Azules. La final sería el sábado, y Canchito y Rudy estaban ansiosos por verla. El ambiente era electrizante en la cancha ese día, con todos los estudiantes, maestros y padres ocupando las gradas para animar a sus favoritos. Justo antes de comenzar, una noticia corrió como pólvora: el portero de Los Pegachicles Azules estaba enfermo y no había suplente 😱.

—¡Esto nos pone en una desventaja terrible! —decía el entrenador de Los Pegachicles Azules, quien observaba a su equipo cabizbajo y preocupado.

Al enterarse de la situación, el maestro Álvaro se acercó al entrenador y, tras pensarlo un momento, le dijo:

—Conozco a un niño que tal vez pueda ayudarlos. No está registrado en ningún equipo, pero sé que le gusta mucho jugar y tiene un enorme corazón de portero. ¿Te gustaría darle una oportunidad?

El entrenador en un principio dudó. No conocía a este niño y temía que no fuera lo suficientemente bueno. Pero entonces miró a su equipo y decidió correr el riesgo. Mejor que jugar con un miembro menos, pensó.

—Busque por favor a ese niño y dígale que venga pronto al vestidor para que se prepare —pidió el entrenador con los ojos abiertos de par en par, nervioso pero esperanzado por haber encontrado a un portero sustituto. El maestro Álvaro inmediatamente subió a las gradas buscando a Canchito entre toda la multitud.

—¡Canchito, te estábamos buscando! —dijo, respirando hondo aliviado—. ¿Te gustaría jugar en la final como portero de Los Pegachicles Azules?

Los ojos de Canchito brillaron de inmediato.

—¡Sí! ¡Claro que sí! —contestó, sintiendo que le latía el corazón más rápido que nunca.

Mientras se preparaba para entrar a la cancha poniéndose el uniforme, los tacos y los guantes, el entrenador del equipo rival protestó, diciendo que no estaba permitido incorporar jugadores no registrados desde el inicio del torneo. El maestro Álvaro, quien también era parte del comité organizador, le recordó las reglas: un niño puede unirse a cualquier equipo siempre y cuando sea alumno de la escuela y no haya jugado para otro equipo anteriormente en el torneo. ¡Canchito podía entrar al campo! 😃

—¡Vamos, Canchito! ¡Hazlo con todo! —le gritó Rudy desde las gradas.

Al pisar la cancha, Canchito sintió una mezcla de nervios y emoción. Era su primera vez jugando en un torneo escolar y, nada menos, en una final. Los Rayacuadernos Rojos parecían un equipo intimidante, pero él no pensaba rendirse. Se colocó en la portería y se concentró en el juego.

Desde el primer minuto, los Rayacuadernos Rojos comenzaron a presionar. Con un pase profundo, el delantero de los Rayacuadernos se acercó y, en un parpadeo, quitándose hábilmente a dos defensas, disparó de pierna izquierda directo a la esquina. Canchito se lanzó con fuerza, estirando el brazo lo más que pudo, pero el balón entró. ¡Gooooool de los Rayacuadernos!

¡Canchito y el equipo entero no lo podían creer! Mientras, los Rayacuadernos celebraban el primer gol.

—¡No pasa nada, Canchito! —lo animó su defensa—. ¡Hiciste tu mejor esfuerzo!

El entrenador llamó a sus jugadores.

—¡Escúchenme! Nos tomaron por sorpresa, pero esto apenas comienza, concéntrense, háblense más, defendamos mejor y presionemos más en el ataque. Si jugamos así, podremos darle la vuelta al marcador, nos vamos a recuperar. ¡Vamos equipo, estamos a un gol de distancia!

Desde ese momento la defensa se plantó con fuerza, concentrados y dispuestos a defender su arco a toda costa. No será tan fácil la próxima vez, pensaban.

Canchito por su parte volvió a colocarse bajo los tres postes, decidido a hacerlo mejor. A lo largo del primer tiempo, detuvo varios tiros que venían con fuerza. El equipo y el entrenador se dieron cuenta que en verdad era un buen portero y que les estaba ayudando mucho. Sin duda el nuevo y desconocido portero estaba dando la sorpresa.

—Eres buen portero, Canchito. ¡No dejes que te anoten otro! —

Para el segundo tiempo, Los Pegachicles salieron con una estrategia más ofensiva, necesitaban igualar el marcador pronto. En un momento, Canchito tomó el balón y vio un espacio que se abría hacia el lado derecho de la cancha. Sin pensarlo dos veces, lanzó un pase largo y preciso. Su compañero avanzó, recortó a la defensa y, ante la salida del portero rival, anotó el gol del empate.

¡Rudy saltó de alegría! ¡Canchito en la portería también! Las gradas estallaron de emoción. ¡Los Pegachicles habían igualado el marcador!

El partido se fue a tiempo extra. Ambos equipos estaban cansados, pero los jugadores no cedían ni un milímetro. A cinco minutos del final, un delantero de Los Pegachicles recibió un centro, la paró de pechito y con una chilena perfecta, metió un gol espectacular. ¡Los Pegachicles Azules iban adelante!

  • En el tablero del marcador se miraba:
    • Rayacuadernos Rojos: 1
    • Pegachicles Azules: 2

Se vivían los últimos momentos del partido, Los Rayacuadernos se fueron con todo buscando el gol de la igualada. Sin embargo, en la última jugada del partido, un delantero de los Rayacuadernos cayó en el área chica y el árbitro pitó un penalti. ¡El estadio estalló de la agitación! Unos con preocupación, otros con esperanza.

Lo cierto era que, Canchito debía detener el tiro para ganar el torneo, pero también el delantero debía anotar ese penalti para empatar el partido. Las emociones en ambos equipos y en las gradas estaban al límite.

—¡Vamos, Canchito! ¡Tú puedes! —gritaba Rudy desde las gradas.

El árbitro pitó, y el delantero de los Rayacuadernos respiro profundo, viendo directo al arco y al portero. Concentrado y decidido disparó con fuerza. Canchito se lanzó hacia la izquierda, pero el balón venía hacia el centro de la portería, el gol era inminente. Sin embargo, Canchito como pudo alcanzó a estirar su pierna derecha y… ¡detuvo el balón con el pie! El delantero reaccionó rápidamente buscando el remate, tiró con todas sus fuerzas, pero Canchito valientemente se lanzó y paró el remate con un manotazo. ¡El balón salió por un lado!

Todo el estadio estalló de emoción, no podían creer lo que había pasado.

El árbitro pitó el final del partido, y todos los compañeros corrieron a abrazar a Canchito. ¡Los Pegachicles Azules eran campeones!

—¡Lo lograste, Canchito! ¡Lo lograste! —gritaban sus compañeros y Rudy, quien no dejaba de saltar de emoción en las gradas.

Mientras todos celebraban, Canchito sintió que todo su esfuerzo había valido la pena. Sabía que lo había logrado gracias a su preparación, y que cada sacrificio en los entrenamientos había dado fruto.

Sin siquiera imaginarlo, una gran oportunidad había llegado de repente, y él había estado listo para aprovecharla.

Con una sonrisa que le llenaba el rostro, Canchito miró a su amigo Rudy, a sus compañeros y al maestro Álvaro, quienes lo animaban entre gritos y aplausos.

Se prometió que, así como había defendido la portería ese día, siempre daría lo mejor de sí en cada oportunidad que la vida le ofreciera, porque a veces, las victorias más grandes llegan cuando menos las esperas.